martes, 21 de septiembre de 2021

1984. Hubo un tiempo que fue hermoso...

 1984. Poné "cancion para mi muerte" de Sui Generis, y leete esto..

Hubo un tiempo en el que septiembre no pasaba desapercibido. Fue a principios de los años “ochentosos” en una ciudad argentina de la provincia de Entre Ríos llamada Concordia.


   Librerías y kioscos se aseguraban suficiente stock y variedad de papel crepé, tijeras y broches para engrampar. Vecinos y familiares solventaban los gastos. Kilos de harina, ingrediente clave para engrudar, desaparecían de cada hogar. Soldadoras y demás herramientas eran prestadas casi sin opción por padres, tíos y demás mecánicos conocidos.

   Curtiembres, aserraderos y empaques cedían un rincón para ser “el galpón de la carroza”. Algún pariente con quinta, no tenía excusa a la hora de prestar un acoplado acorde al tamaño de la carroza. El quintero lo entregaba a sabiendas de que la promesa de devolverlo en tiempo y forma había sido jurada en vano. Los perdedores, lo abandonarían como consecuencia de una visceral decepción. Los ganadores dilatarían el momento ante la renovada ilusión de llegar al regional, a llevarse a cabo en Federación o Villaguay.


   Septiembre era el tiempo de los mejores vermuts, palabra que refería inequívocamente a bailes estudiantiles y recitales para recaudar fondos organizados por E.C.U. El lugar elegido era por lo general “el Ferro”, por ser el único suficientemente grande, techado y disponible.

   Estudiantes Concordienses Unidos era una comisión autárquica y autónoma integrada por un representante de cada escuela secundaria de la ciudad. Que se llamaran Unidos no era un dato menor. Interactuaban a pesar de las rivalidades históricas de las distintas escuelas cuando competían en estudiantinas y por carrozas y reinas.

   La cuenta regresiva para el desfile se palpitaba en las calles. Cuanto más cerca de los eventos, más flecos de papel de diario arremolinaba el viento y hasta alguna que otra farola podía amanecer sin foco.

   Los profesores, en general, mostraban cierta piedad hacia sus desconcentrados estudiantes. Se preparaban además para la noche del 20, en la que, a cambio de una serenata, aportarían víveres para el picnic del 21. Tarta de jamón y queso. Casera. No existía otra. Por lo general, vino para los muchachos, sea en caja o en sachet y jugo para las chicas. Las gaseosas no eran opción porque sus envases no retornarían. El vino con jugo era sangría. El Fernet con Cola, ciencia ficción.

   Los estudiantes eran autónomos en sus actividades. Los padres no intervenían, no llevaban ni buscaban. El celular no había nacido. Con avisar dónde se iba a estar, ya era más que suficiente. La libertad era ejercida con responsabilidad y se saboreaba de una manera que ya no.

   El 19 comenzaban los tres días más intensos jamás vividos. Si había clases, cada uno sabía si debía o no ir. O si podía o no faltar. Por las tardes, se iba al galpón, a terminar o a retocar la carroza. Por las noches, se la llevaba a desfilar, cinchada por un tractor a cargo de algún estudiante que había demostrado ser idóneo.


   Desfilaban todas las categorías juntas. Los contratiempos eran moneda corriente. El desfile podría anunciarse a las 21, comenzar a las 23 y terminar a las 5 de la mañana. Sin embargo, el público, al que no se le cobraba absolutamente nada, permanecía estoica pero animadamente en las veredas de la calle Entre Ríos, que de peatonal aún no tenía nada. La plaza 25 de Mayo explotaba de gente. Allí estaba el palco del jurado. 

Al llegar a la esquina de Pellegrini y Mitre, los nervios eran incontrolables. Todo debería funcionar perfectamente. Los movimientos, las luces. Ni hablar de las humorísticas. La actuación debería ser memorable.

   Luego, un grupo llevaba la carroza hasta el galpón y se quedaba a custodiarla. Siempre se rumoreaban historias de incendios intencionales. La mayoría regresaba a sus hogares por una ducha, un plato de comida y dos horas de sueño.

   Al día 20 se le sumaba la serenata en la casa de cada profesor. El camionero podía dejarlos luego en el centro, o bien, bajarlos directamente en la entrada de San Carlos. El parque era de libre acceso, como cualquier otro día.


  Aquellos a quienes la salida del sol del 21 los encontraba en su casa, preparaban la mochila y enfilaban la caminata hacia San Carlos. Circulaban por Juan B. Justo. Eran muchos pequeños grupos que tapizaban la gran avenida. Reían. Tarareaban a Pedro y Pablo. Por lo general, el clima era cómplice de un día de picnic perfecto. Música. Sol y baile.

   A la tardecita se regresaba forzosamente al hogar en busca de una ducha y un cambio de ropa. Luego, el último desfile y un clásico: una noche demasiado fresca que amenazaba con enfermar a reinas y princesas que tiritaban en sus bellos y primaverales vestidos.

   Finalmente, todos al Ferro. Lleno, al punto de no poder ni bailar. Desfile y elección de la reina y sus princesas, evento que, a los ojos de los millennials, resultaría un tanto discriminatorio. A nadie se le hubiese ocurrido elegir un rey. A lo sumo se lo parodiaba hasta el ridículo en alguna carroza humorística.

   Nadie se movía hasta casi el amanecer cuando un José Luis Sack, un Bedriñan o un Charly Monaje anunciaba las carrozas ganadoras. Los campeones festejaban. Los que no, demandaban justicia, escaramuzas de por medio.


   Por fin y con el sol por testigo, se iban todos a dormir hasta el día 23, como mínimo. Los preceptores, cómplices, olvidarían pasar las faltas del 22.

   ¿Cómo lo sabemos? Porque lo vivimos. Lo disfrutamos. Forjamos las amistades más sólidas. Hoy, lo recordamos así. Sin rivalidades de adolescentes y con algún que otro olvido que nos perdonamos cuando contamos el tiempo transcurrido. Entonces, con orgullo, volvemos a decir:

   —Somos la PROMO 84 !
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HUBO UN TIEMPO
de Marta Fabiola Müller
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias marta, se me cae un lagrimon, si bien soy promocion 76 lo vivi pd q lo vivi y vos lo reviviste. Hoy hay una juventud hermosa pero no tienen ni idea de la magia del 21 en esa epoca, y sobre todo del esfuezo en comun de los adolecente desinteresdo e incondi
cional q terminaba admirando a toda la ciudad q se volcaba a calle entre rios para disfrutar ese espectaculo, espectaculo merito absoluto de esos chicos. Gracias marta por revivir los momentos mas hermosos de nuestra generacio, y gracias x esa capacidad hermosa de expresarte asi, capacidad q logra tocar lo mas profundo del corazon de los q lo vivimos, tenes ese don, no dejes de escribir nunca