martes, 26 de septiembre de 2023

1983. Ensueño de una noche hecho realidad (ENET 2 Y ENET 3)

 1983. Pocas veces en la historia hubo una sociedad entre ENET 2 y ENET 3. Esta fue una de ellas. En estos días de setiembre, solemos desempolvar recuerdos. Inés estuvo abriendo su baúl de recuerdos y apareció una que no teníamos en nuestro álbum.

Colegio o agrupación: ENET 2 y ENET 3
Categoría: Artísticas
Nombre: Ensueño de una noche hecho realidad
Premio: sin premiación
Reina: Cabrera Silvina Ana


Colabora: Inés Franco

domingo, 10 de septiembre de 2023

1984. Cuando septiembre no pasaba desapercibido

 1984. El siguiente es un relato de una escritora Concordiense, Marta Fabiola Muller, que el sábado 9 de setiembre de 2023 publica en nuestro Diario El Heraldo, a disfrutarlo, no tiene desperdicio.


Librerías y kioscos se aseguraban suficiente stock y variedad de papel crepe, tijeras y broches para engrampar. Vecinos y familiares solventaban los gastos. Kilos de harina, ingrediente clave para engrudar, desaparecían de cada hogar. Soldadoras y demás herramientas eran prestadas casi sin opción por padres, tíos y demás mecánicos conocidos.

Curtiembres, aserraderos y empaques cedían un rincón para ser "el galpón de la carroza". Ningún pariente con quinta tenía excusa a la hora de prestar un acoplado acorde al tamaño de la carroza. El quintero lo entregaba a sabiendas de que la promesa de devolverlo en tiempo y forma había sido jurada en vano. Los perdedores, lo abandonarían como consecuencia de una visceral decepción. Los ganadores dilatarían el momento ante la renovada ilusión de llegar al regional en Federación o al provincial en Villaguay.

Septiembre era el tiempo de los mejores vermuts, palabra que refería inequívocamente a bailes estudiantiles y recitales organizados por ECU para recaudar fondos. El lugar elegido era por lo general "el Ferro" por ser el único gimnasio suficientemente grande, techado y disponible. ECU fue capaz de organizar más recitales que ningún otro productor. Contrataba tanto artistas de moda como Eddie Sierra y Vivencia, hasta clásicos como León Gieco y Sergio Denis. Los shows iban desde el joven, exigente y carísimo Miguel Mateos hasta el mismísimo Eddy Grant, con esa música, piel y rastas jamás vistas antes.

ECU (Estudiantes Concordienses Unidos) era una comisión autárquica y autónoma integrada por un representante (alumno) de cada escuela secundaria de la ciudad. Que se llamaran "unidos" no era un dato menor. Interactuaban a pesar de las rivalidades históricas existentes entre las escuelas en tiempos de estudiantinas, carrozas y reinas.

La cuenta regresiva se palpitaba en las calles. Cuantos más flecos de papel de diario arremolinaba el viento y más farolas amanecían sin focos, más cerca estaba el día del primer desfile. Hasta las abuelas armaban flores al sol de la siesta. Bolsas y más bolsas de flores de papel.

Los profesores, en general, mostraban cierta piedad hacia sus desconcentrados estudiantes. También se preparaban para la noche del 20. A cambio de una serenata, o algo parecido, aportarían víveres para el picnic del 21. Tarta de jamón y queso. Casera. No existía otra. Por lo general, vino tinto para los muchachos, sea en caja o en "sachet" y jugo para las chicas. Las gaseosas no eran opción. Sus envases no retornarían. El vino con jugo era sangría. El "fernet con coca", ciencia ficción.

Los estudiantes eran autónomos. Los padres no intervenían en sus actividades. Tampoco los llevaban ni los buscaban. El celular no había nacido. Con avisar dónde se iba a estar, era más que suficiente. La libertad era ejercida con responsabilidad y se saboreaba de una manera que ya no. Las eventuales macanas se asumían y se resolvían sin demasiada ayuda. Los "psicoprofesionales" no existían. Al menos en Concordia.

El 19 comenzaban los tres días más intensos jamás vividos.

Cada uno sabía si podía o no faltar a clases. Quedar libre era el límite. Las reglas eran claras e inapelables. Gastarse la última media falta en esos días era una de las decisiones más difíciles de tomar.

En todo caso, hora que había, se iba al galpón. ¡La carroza jamás estaba terminada! Por las noches, se la llevaba a desfilar. Nunca faltaba un tractor prestado ni un compañero que de chiquito había aprendido a manejar.

Todas las categorías desfilaban juntas. Podían llegar a ser hasta cuarenta carrozas (y más, también). Los contratiempos se acumulaban. El desfile podía anunciarse a las 21, comenzar a las 23 y terminar a las 5 de la mañana. Sin embargo, el público, al que no se le cobraba absolutamente nada, permanecía en las veredas. Entre estoico y animado. “Unos 15.000 espectadores”, calculó un joven Luis Ventura en ocasión de cubrir periodísticamente el evento para Crónica.

Cuando la calle Entre Ríos ni soñaba con ser peatonal, se desfilaba en el centro. La plaza 25 de mayo explotaba de gente. El palco del jurado estaba allí. Al llegar a la esquina y tener que esperar la orden de avanzar, los nervios eran incontrolables. Todo debía funcionar perfectamente. Los movimientos, las luces. Ni hablar de las humorísticas. La actuación debía ser memorable.

A su manera, cada pasada resultaba gloriosa. Terminado el recorrido, se desandaba las oscuras calles para guardar la carroza. La mayoría regresaba a sus hogares por una ducha, un plato de comida y dos horas de sueño. Un puñado se quedaba en el galpón. Los rumores sobre incendios y sabotajes nunca dejaban de circular.

Al día 20 se le sumaba la serenata en la casa de cada profesor. El camionero podía dejarlos luego en el centro, o bien, bajarlos directamente en la entrada del Parque Rivadavia (San Carlos). El parque era de libre acceso, como cualquier otro día.

Aquellos a quienes la salida del sol del día 21 los encontraba en su casa, preparaban un bolso y enfilaban la caminata hacia San Carlos. Circulaban por “la Juan B. Justo” (cuando aún no le habían cambiado su nombre) conformando pequeños grupos que, en cantidad, tapizaban la gran avenida. Reían. Tarareaban a Pedro y Pablo, entre otros. Por lo general, el clima era cómplice del picnic perfecto. Música. Bandas como Vox Dei y Alma y Vida tocaban en vivo. Sol. Arrumacos. La primavera se abría camino. El amor también.

A la tardecita se regresaba forzosamente al hogar en busca de una ducha y un cambio de ropa. Luego, el último desfile y un clásico: una noche demasiado fresca que amenazaba con enfermar a reinas y princesas que tiritaban en sus bellos y primaverales vestidos.

Finalmente, todos al Ferro. Lleno, al punto de no poder ni bailar. Desfile y elección de la reina y sus princesas. Sin rey. A nadie se le hubiese ocurrido. A lo sumo se lo parodiaba hasta el ridículo en alguna carroza humorística.

Nadie se movía hasta que un José L. Sack, un Miguel Angel Porchetto o un Charly Monaje anunciaba el veredicto del jurado sobre ¡las carrozas ganadoras! Recién entonces, los diarios cerraban sus ediciones. Los campeones festejaban. Los que no, demandaban justicia, escaramuzas de por medio.

Por fin y con el sol por testigo, los estudiantes se iban a dormir hasta el día 23. En las escuelas, los preceptores “olvidaban” pasar las faltas.

Hubo un tiempo en el que septiembre no pasaba desapercibido. Ocurría en Concordia y los medios nacionales se lo hacían saber al mundo. ATC (la primera “TV Pública”) solía transmitir el evento, sea en diferido (en su programa “Show Fantástico”) o en una exclusivísima transmisión en vivo. La populosa revista Flash también publicaba fotos de Pastor Domenech en notas de página completa (con anuncio en tapa) firmada por su enviado especial, Luis Ventura.


Nota de la autora:
Hoy, septiembre de 2023, algunas cosas cambiaron, pero las carrozas se hacen igual. Sólo hay que ir a verlas. Averiguar dónde y cuándo. Ir a su encuentro, porque ya no se les permite hacer palpitar a la ciudad.
Por Marta Fabiola Müller
HISTORIAS REALES ABORDADAS DESDE LA LITERATURA