1941. El 20 de setiembre de 1941 un grupo de estudiantes dió inicio a lo que pronto se convertiría en una tradición para los jóvenes concordienses: las serenatas. El nacimiento de esta bulliciosa costumbre tuvo lugar en plena calle Entre Ríos, cuando
Mario Cesar Urquiza,
Ramón Moncho Contreras,
Carlos Ruben Costa,
Julio Abel Costa,
Francisco Fabrizzi,
Horacio Salas
y Miguel Angel Albornoz, decidieron a las 23 hs de ese día que debían cambiar la rutina.
La víspera del día del estudiante los muchachos reunidos en donde se alzaba el "Odeón Park", un cine al aire libre de aquellos tiempos (justo en el lugar en que ahora funcionaba Platero), pusieron a trabajar la idea que habían pergeñado, vaya a saber cómo surgió.
Los chicos de entonces, tomaron la determinación de encauzar su juvenil alegría a través de la música y prestamente se dirigieron hacia un local ubicado a la vuelta de calle Entre Rios, por Catamarca, donde habia una parrilla bailable conocida con el nombre de "Parrilla Urquiza", propiedad de Basilio Martinez.
Allí había números de varieté y en ese preciso día, actuaban los "Hermanos Balbuena", un trío de intérpretes de música criolla y melódica.
A la serenata ya la tenían en mente, por supuesto, había que pensar como se finaciaría, y al revisar sus bolsillos, pudieron juntar 8,5 $ moneda nacional.
Tras las negociaciones de rigor, los músicos sin saber que eran partícipes de lo que devendría en tradición, accedieron a acompañar a los jóvenes (a pie, por supuesto) por la suma de 5,00 $ moneda nacional.
El contrato estipulaba que la actuación era desde la 1 hr hasta las 3 hs, y , como de lo que se debía a los músicos sobraban 3,50 $ los avispados muchachos decidieron comprar unos choripanes y dos botellas de vino.
Con esta viandita se trasladaron en primer lugar a calle San Luis 542, donde vivía el director de la escuela Normal de nuestra ciudad. adonde concurrían los estudiantes mas conocidos de la ciudad.
El primer mártir de estas serenatas fue entonces, don Fortunato Montrull.
Desde allí, los estudiantes se dirigieron hacia calle Alem, donde vivía la profesora Paulina V. de Caissiolls, luego fueron a parar a la casa de una compañera, Eda Echazarreta, hermana del presidente del club Wanderers y a los domicilios de otros compañeros.
He aquí, grabados para la posteridad, los nombres de las primeras víctimas de un largo listado de flagelados por el jolgorio que los estudiantes suelen y solíamos realizar la noche del 20 de setiembre.
Al año siguiente, luego de la pionera labor de estos precursores, el ejemplo cundió entre los estudiantes de la época y ya no hubo quien contenga esas visitas nocturnas que preanuncian la primavera.
Desde sofisticados cantantes, con instrumental, coro de borrachos, todo servía para alegrar al docente de turno, por supuesto, a cambio de alguna bebida. Si era con alcohol, mejor.
A pie, en acoplado, en colectivo, los docentes reunidos en algún lugar a la espera de sus chicos..
Fuente: Diario El sol, 21 setiembre 1993.
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